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viernes, 9 de marzo de 2018

LAS LEYENDAS Y EL SIMBOLISMO DEL ACEITE DE OLIVA.


La palabra aceite proviene del árabe az-zait que significa “jugo de aceituna” y es un término generico que designa numerosos líquidos grasos de orígenes diferentes.

Es sinónimo de oleo, que etimológicamente proviene del latín oleum, pero este término se reserva para los sacramentos dela Iglesia Católica.

Si bien la palabra se ha generalizado para denominar así a aceites vegetales, animales o minerales, originalmente sólo designaba al aceite de oliva.

El olivo tiene una larga historia, unida a su vida centenaria y es por eso que nos interesó reproducir las leyendas y el simbolismo del aceite de oliva del libro “Historia  natural y moral de los alimentos”.

No dudamos que disfrutarán de su lectura porque, como se verá, el simbolismo del aceite de oliva tiene un profundo significado!


Las leyendas y el simbolismo del aceite de oliva*
Todos los pueblos mediterráneos antiguos reivindican, cada uno para sus dioses, el descubrimiento y el empleo del olivo. Tiene connotaciones que expresan los mejores símbolos: paz, fecundidad, fuerza, victoria, gloria e incluso la purificación y lo sagrado.

Para los egipcios de hace seis mil años, corresponde a Isis, “diosa suprema” y esposa de Osiris, el mérito de haber enseñado su cultivo y empleo.

Los griegos reclaman a gritos ese honor para Palas Atenea. Aunque las malas lenguas afirman que esta diosa no es más que una transformación de Isis, los griegos sostienen que la Inmutable Sabiduría, protectora de las Ciencias y las Artes, salió con su armadura del cerebro de Zeus. (En Roma, el olivo estaba consagrado a Minerva y a Júpiter, homólogas de Atenea y Zeus.)

Un día, ante la asamblea de los dioses, Atenea y Poseidón, dios del mar, se disputaban la entrega del Ática.  Se sabe que los primeros habitantes de Grecia se establecieron en la periferia marítima hasta que los invasores indoeuropeos llegaron desde los Balcanes e impusieron una civilización de agricultores y pastores.

Poseidón, poco preocupado sin duda por parecer pasado de moda, hizo surgir de los abismos del mar el caballo “hermoso, rápido, capaz de tirar de carros pesados y de ganar las batallas”. En los montes de detrás del Erecteión, Atenea hizo crecer un olivo “susceptible de proporcionar la llama a iluminar las noches y aliviar las heridas y de generar un alimento precioso, rico en sabor y suministrador de energía”.

Los dioses juzgaron que el árbol, símbolo de la paz, era de mayor utilidad para la humanidad que el caballo, imagen de la guerra.

Concedieron a la diosa la soberanía de la región y de la ciudad fundada por Cécrope y su padre.  Desde entonces lleva el nombre de Atenas.

El primer olivar fue considerado durante mucho tiempo como un tesoro, pues estos árboles viven mucho.  Los olivos nacidos de los huesos de las aceitunas de éstos serían los que hoy se ven en la Acrópolis.

El nombre de la colina recuerda que Acropos, hijo de Cécrope, enseñó el arte de extraer el aceite.  Por eso, al pasear por allí, no debemos olvidarlo.

Otra leyenda relata que en el año 480 a. c., durante las guerras médicas, el ejército persa de Jerjes se apoderó de Atenas y prendieron fuego a la Acrópolis, donde los árboles divinos ardieron como antorchas.  Cuando los griegos volvieron tras la victoria de Salamina, no había más que ruinas y cenizas.

Era característico de la progenie divina nacer bajo un olivo: así en Delos, que Poseidón hizo surgir oportunamente de las olas con sus campos y bosques, la ninfa Latona dio a luz a los gemelos Foebe y Apolo, la luna y el sol, fruto de sus amores adúlteros con el señor del Olimpo. Rómulo y Remo, como descendientes de dioses, nacieron bajo un olivo. Y, según los romanos, Hércules habría recibido el encargo de propagar el olivo por el Mediterráneo en su periplo de los doce trabajos.

Para el Génesis, la paloma que soltó Noe al final del Diluvio volvió al arca con un ramito de olivo en el pico, como testimonio del apaciguamiento de la cólera divina.

En el Huerto de los Olivos, Jesús rezará y llorará su Pasión: “Padre, padre, por qué me has abandonado?”.  Su cruz será de madera de olivo.

La Biblia narra en el Libro de los Jueces que los árboles decidieron un día elegir un rey. Naturalmente, se dirigieron al olivo milenario, portador de experiencia y sabiduría, y le dijeron: “Reina sobre nosotros”. El olivo les respondió: “Puedo yo renunciar a mi aceite que me asegura el homenaje de Dios y de los hombres para reinar sobre los árboles?”.

No sólo Moisés indica, siguiendo los consejos del Padre Eterno, que se hagan oblaciones con pasteles de “harina flor”, amasados con aceite de oliva (Exodo, 29 y Levítico, 2), sino que, en el transcurso del Éxodo, había aprendido de Yavéh a hacer con aceite de oliva, “mezclado con las mejores hierbas aromáticas”, un aceite para la unción santa, para el mobiliario del santuario y para Aaron y sus hijos: “Los santificarás para que estén a mi servicio como sacerdotes”.

De ese aceite que ungía a los sacerdotes y reyes de Israel confiriéndoles autoridad, poder y gloria en nombre de Dios y del Espíritu Santo, proviene el nombre de Jesús: Messie en hebreo y Christos en griego, ambas palabras significan ungido (de crisma, el aceite sacro).  Cristo, el Ungido del Señor.

Por eso, el cristianismo primitivo contempló bautismos con unciones de aceite (Tertuliano, Tratado del Bautismo, 7).

Los griegos, que confiaban el cuidado y manipulación del aceite de oliva sólo a vírgenes o a hombres puros, derramaban aceite sobre e! rostro de los muertos. Ritos eleusinos de origen oriental hacían de este gesto un símbolo de luz y pureza, muy útil para las oscuras moradas infernales.

Esta tradición se encuentra también en los primeros cristianos. Aunque venía de lejos, testimoniaba una verdadera perennidad. El pseudo-Denis lo explica haciendo de esta unción un rito de tránsito a la paz eterna: el aceite del bautismo iniciaba en el combate cotidiano (contra el espíritu del mal).

Para algunos alquimistas, el aceite de oliva es uno de los elementos de la piedra filosofal,  junto con el vino y el trigo.  Un vínculo, pero también un protector.

En África del Norte se pone aceite en la reja del arado antes de abrir el primer surco, ofrenda al Invisible de una materia solar y “caliente”, verdadero rito de una violación que se desea tan dulce como sea posible, para la fecundación de la tierra madre.

Para el sintoísmo japonés, las aguas primordiales fueron de aceite virgen. El aceite en que se lava a los recién nacidos, en todo el mundo, antes de ponerles e! primer pañal.

No es de extrañar que en las fiestas de Navidad, herederas de !as solemnidades del solsticio, los dulces tradicionales de Provenza se amasen con aceite de oliva, como las oblaciones hebraicas: “¡El tiempo que se vuelve frío y el mar que rompe /Todo me dice que el invierno ha llegado para mí / y que, sin dilación, tengo que atesorar mis aceitunas / y ofrecer el aceite virgen al altar del buen Dios!» (Fredéric Mistral).

¿Cómo no creer entonces este proverbio de Provenza: «Marchand d’oli, marchand joli.» Vendedor de aceite, vendedor feliz?

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