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lunes, 4 de junio de 2018

CATEDRAL DE SANTIAGO


El antecedente más remoto de la Catedral fue un pequeño mausoleo romano del siglo I en el que se dio sepultura a los restos del Apóstol Santiago después de su decapitación en Palestina (año 44 d.C) y tras su traslado por mar hasta las costas del finis terrae. Durante siglos, la cámara subterránea y la necrópolis que la rodeaba fueron asiduamente visitados por una pequeña comunidad cristiana local, de la que poco o nada se sabe, pero que debió ser diezmada hacia el siglo VIII.

En el año 813 (según versiones, 820 y hasta 830) se produjo el milagroso descubrimiento de las reliquias del Apóstol bajo la maleza del Monte Libredón. Las encontró un ermitaño que vio allí signos celestiales. Avisado por el obispo de Iria Flavia, el rey astur Alfonso II mandó a levantar una primera capilla de piedra y barro junto al antiguo mausoleo. Este templo recibió en el 834 un Preceptum regio que lo convertía en sede episcopal y le otorgaba poder sobre los territorios próximos. A su alrededor, buscando su protección, comenzaron a establecerse los primeros pobladores y grupos monacales de benedictinos encargados de la custodia de las reliquias. Eran los primeros pasos de la futura ciudad de Santiago de Compostela.

La primera iglesia enseguida se quedó pequeña para acoger a los fieles, por lo que entre el año 872 y el 899 Alfonso III El Grande hizo construir un templo mayor. Pero esta segunda iglesia fue destruida por el ataque del caudillo musulmán Almanzor en 997. El obispo San Pedro de Mezonzo la reconstruyó en 1003, en un estilo prerrománico. Este tercer templo estaba aún en pie cuando el auge de las peregrinaciones y las riquezas de Santiago, que ya era uno de los señoríos feudales más grandes de la Península Ibérica, permitieron comenzar a construir en 1075 la catedral románica que hoy se conserva, cuarto edificio sagrado sobre el antiguo sepulcro.

La Catedral románica

El rey leonés Alfonso VI y especialmente el primer arzobispo de la ciudad, Diego Gelmírez, impulsaron de tal manera la Catedral, la vida urbana y las peregrinaciones, que puede hablarse del siglo XII como el de mayor esplendor de la historia compostelana. Esta vez no se conformaron con un santuario que albergase las reliquias, sino que diseñaron una gran catedral de peregrinación siguiendo el estilo que se extendía por el Camino de Santiago. Por ella desfilarían los mejores constructores del Románico hasta llegar al Maestro Mateo, autor de los últimos tramos de las naves, las torres defensivas del oeste, la cripta y, sobre todo, del Pórtico de la Gloria, un conjunto escultórico sin igual en Europa que aun hoy preside la entrada oeste.

Cuando fue consagrada en el año 1211, la Catedral ya gozaba del privilegio de la absolución plenaria, otorgado en 1181 por el Papa Alejandro III a todo el que visitase el templo en un Año Santo Jubilar. También concedía a los fieles un valioso documento que acreditaba haber recorrido el Camino de Santiago y aseguraba el derecho de asilo en la ciudad. Convertida en meta de salvación de la Cristiandad, la catedral evolucionó con tal vitalidad que fue capaz de impulsar la construcción de calzadas, hospitales, albergues, mercados y burgos enteros a cientos de kilómetros de distancia, en las rutas que transitaban los peregrinos para alcanzarla.

Con el tiempo se irían añadiendo a la planta románica elementos góticos, renacentistas y especialmente barrocos, gracias al incesante flujo de dinero del arzobispado y de los mecenas, que encontraban en las capillas lugar de oración y eterno descanso. Mientras la estructura de las naves se conservó prácticamente intacta, el número y espacio de las capillas fue adecuándose a las necesidades del culto. En el convulso siglo XIV la basílica adquiriría trazas de fortaleza, con torres defensivas como la actual Torre del Reloj. Con el Renacimiento, impulsado por el arzobispo Alfonso III de Fonseca, se levantó el claustro definitivo, que sustituyó al claustro románico y modificó todo el lado sur y sureste del templo. Fue época de reformas internas y adición de retablos, púlpitos y esculturas para mayor gloria del culto al Apóstol.

La magia del Barroco

La mayor revolución estética llegaría al templo en tiempos del Barroco, que comenzó en 1660 por transformar el altar mayor y la cúpula; para luego dar forma a los órganos, trazar el lienzo de la Puerta Santa, embellecer la Torre del Reloj y alcanzar su mayor esplendor con la culminación, en 1750, de la estampa más icónica de la catedral: su magnífica fachada del Obradoiro.

Fue también obra de los maestros barrocos de la Catedral –Vega y Verdugo, Domingo de Andrade, Fernando Casas y Novoa- el trazado definitivo de las plazas monumentales que rodean al templo y de muchos de los edificios colindantes. Bien puede decirse que el Barroco saltó de la catedral a las plazas, a los monasterios y a las casas nobles, para convertir a Compostela en la urbe imaginativa, escenográfica y dramática que hoy es reconocida como ‘la ciudad barroca por excelencia de España’.

Tras dos mil años de historia como centro espiritual, y casi mil de su actual edificio, la Catedral se muestra hoy como un conjunto heterogéneo de espacios y elementos estéticos que dejan ‘leer’ en la piedra la extraordinaria historia compostelana. Y es que en su larga existencia el templo ha sido escenario de toda clase de episodios sacros y mundanos, que van desde la coronación de los reyes de Galicia en la Edad Media hasta el acuartelamiento de los soldados franceses durante la Guerra de Independencia, pasando por siglos de concordias y discordias, exaltaciones y linchamientos, conspiraciones políticas y esplendor religioso, ataques incendiarios y costosas campañas de embellecimiento, pompa y beneficencia, donaciones y expolios, cobros de prebendas y patrocinios, solemnes ofrendas y, sobre todo, incesantes peregrinaciones hacia la tumba del Apóstol

viernes, 1 de junio de 2018

COCHE.


CATEDRAL DE BARCELONA


La ciudad de Barcelona debió recibir muy pronto la luz de la fe cristiana. Los martirios de Santa Eulalia y San Cucufate, durante la persecución de Diocleciano-Maximiano, testifican que había cristianos en Barcelona al menos en las postrimerías del siglo III y en los primeros años del siglo IV.

Carecemos, sin embargo, de noticias históricamente ciertas en cuanto a la organización eclesiástica de nuestra diócesis hasta el año 343, en que el obispo de Barcelona de nombre Pretexto, asistió con cinco obispos hispànicos más al concilio de Sárdica en Oriente para ratificar todo aquello que había sido definido en el Concilio Ecuménico de Nicea (325) sobre la divinidad de Jesucristo.

Un conjunto de conjeturas sólidamente fundamentadas permiten suponer que en aquellos tiempos Barcelona ya contaba con un templo episcopal, o catedral, que poco después utilizarían para el ministerio pastoral otros obispos significativos de nuestra diócesis: san Paciano (390), Lampi (400), Nundinari (461), Nebridi (540), Ugne (599), Severo (633), Quirico (656), Idalio (688), Laülf (693), Frodoino (890), etc. El año 599 esta catedral aparece documentalmente dedicada a la santa Cruz (segundo concilio de Barcelona).

Las excavaciones realizadas hace poco en el subsuelo de la calle de los condes de Barcelona (que actualmente bordea el muro de oriente de la Catedral) han puesto al descubierto un edificio de tres naves, separadas por dos series de columnas de mármol blanco, que sin duda se debe identificar con aquella basílica paleocristiana barcelonesa levantada en el siglo IV y ennoblecida, a pesar de las dificultades provocadas por la lucha arriana, por otros obispos durante siete siglos.

En el año 877 esta basílica acogió solemnemente en una de sus capillas las reliquias de santa Eulalia que, escondidas para que los árabes invasores de nuestra península (711) no las profanaran, fueron encontradas milagrosamente en esa fecha en el templo de Santa María de las Arenas o del Mar.

Esta Catedral primitiva, profundamente deteriorada por Almanzor, cuando este caudillo árabe incendió y destruyó la ciudad, se mantuvo en pie hasta 1046, año en que el conde de Barcelona, Ramón Berenguer el Viejo y su mujer Almodis, con el obispo Guislabert, iniciaron la construcción de otra Catedral, la denominada Catedral románica. Esta segunda catedral fue consagrada el 18 de noviembre de 1058 por el arzobispo Wifredo, metropolitano de Narbona.

Encima de los cimientos de la primitiva basílica paleocristiana, y de la Catedral románica posterior, se construyó la actual Catedral de estilo gótico. Las obras se iniciaron el 1 de mayo de 1298, durante el pontificado del obispo Bernardo Pelegrí y el reinado de Jaime II de Aragón, el Justo; y fueron prácticamente finalizadas a mediados del siglo XV, en tiempos del obispo Francisco Clemente Sapera y siendo rey de Aragón Alfonso V.

Podemos distinguir tres etapas durante los ciento cincuenta años que duraron las obras: en la primera se planeó todo el edificio y se llevó a cabo la construcción del ábside con las capillas radiales, el presbiterio con su altar y la cripta, y la del falso crucero; a continuación se prolongaron las tres naves con sus respectivas capillas laterales hasta la altura posterior al coro; finalmente se prosiguió la construcción de la basílica hasta la línea de la fachada que posteriormente fue cerrada con un simple muro (1417). El claustro se terminó en 1448.

A finales del siglo XIX, el industrial barcelonés Manuel Girona Agrafel se ofreció a sufragar la obra de la fachada y de sus dos torres laterales que fue llevada a cabo según los planes del arquitecto Josep O. Mestres inspirados en el proyecto inicial que ya se había dibujado en el siglo XV. Los hijos del señor Girona completaron la empresa del padre con la construcción del cimborrio, que se finalizó el año 1913.